La empresa donde trabajo ha decidido hacernos un regalo por el día de la madre. Bonito gesto, porque era para todas, sin exclusión alguna. Decidí que iría al 6° piso, lugar donde cuatro esteticistas esperaban a las féminas del edificio.
Cuando entré al lugar asignado, me sentí succionada hacia un mundo absolutamente desconocido y ajeno… uso como mucho 10 minutos de mi día en pintarme, porque difícilmente me acerco a maquillar mi rostro. Ximena (así se llama la profesional que me atendió), comenzó con la aplicación de cremas y después una máscara. Todo bien hasta ese momento. Y luego, de un zarpazo, viene la el quiebre de la ilusión… Estoy con una pasta verdosa en toda la cara, usando un cintillo bastante ridículo, con aspecto de Freddy Krugger y llegan a inmortalizar el magno evento. Se deben sacar fotografías para exponerlas en la página de la institución , porque el departamento de Recursos Humanos debe publicitar los aciertos para con sus colaboradoras. Estaré en un primer plano con la cara verde, que espero no se mezcle con cuánto me sonrojé, llena de risa forzada y mirando hacia el infinito para no fulminar a la fotógrafa ni destrozar con la potencia azul de “la mirada”, una cámara casi profesional con que contaba la jefa de personal… ¡Estoy frita!
Salí del lugar maquillada; obviamente ya no había fotógrafa para mostrar el resultado. Me encontré en la zona de fumadores con varias amigas que opinaron que me veía regia… por fin le sacaba partido al color de mis ojos. Los cuatro compañeros de trabajo ni se percataron del cambio que se produjo en mi cara, pero yo me sentí de lo más reconfortada, porque creo que de verdad me veía bien.
No sé qué pasará cuando aparezcan las fotos y lluevan las bromas. No importa. Me relajé por 20 minutos, estaba cómoda con mi apariencia y me reiré con ellos. Dicen que la risa rejuvenece el alma y el cuerpo. Aprovecharé nuevamente el momento…
